Un pobre soldado pidió un manto
a un agricultor, pero éste no lo quiso oír. Él siguió enfrente y se fue a otra
casa que era muy humilde. Allí vivía un señor de avanzada edad, que perdió todo
durante la guerra y había encontrado allí un lugar para vivir. Él no tenía nada
además de las ropas del cuerpo, pero le dio su manto a este soldado que estaba
sufriendo por el frío. El soldado continuó por su camino.
El viejecito agradeció a Dios
porque a pesar del frío, tenía refugio y aún pudo ayudar a un extraño con su
manto. Durante la guerra, él había perdido a su familia. No sabía nada de su
hijo, que los franceses se habían llevado.
A altas horas de la noche,
alguien tocó a su puerta. Cuando la abrió, vio a un oficial del ejército ante
él. ¡Qué sorpresa! Era el hijo que hace tantos años no había
visto.
“Rodolfo, mi hijo, ¿cómo
me hallaste? Yo siempre pedí a Dios que pudiera encontrarte algún día. ¿Cómo me
encontraste en este lugar solitario y abandonado?”.
“Hoy en la tarde vi a un soldado usando un manto que
reconocí ser el tuyo. Aquel que el sastre había hecho hace muchos años. Le
pregunté al soldado de adonde lo había sacado y él me indicó el camino hacia tu
casa”. Padre e hijo se abrazaron y agradecieron a
Dios.
En esta historia verdadera el
anciano nunca imaginó que el medio para encontrar a su hijo sería un acto de
generosidad.La generosidad siempre trae recompensa, ya lo dice
Deuteronomio 15:10 “Sin
falta le darás, y no serás de mezquino corazón cuando le des; porque por ello te
bendecirá Jehová tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que
emprendas”.
No somos generosos para ganar
recompensa, lo somos porque Dios nos ha dado ejemplo y nos ha enriquecido
sobremanera por medio de su Hijo Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario