Había una vez un hombre que
calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el
éxito que este había alcanzado.
Tiempo después se arrepintió de
la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio
a quien le dijo: ”Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo
puedo hacerlo?”, a lo que el hombre respondió: “Toma un saco lleno de
plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas”.
El hombre muy contento por
aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había
soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: “Ya he terminado”, a lo
que el sabio contestó: “Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a
llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y
búscalas”.
El hombre se sintió muy triste,
pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi
ninguna.
Al volver, el hombre sabio le
dijo: “Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el
viento, asimismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está
hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma
de revertir lo que hiciste”.
Que podamos reflexionar en este
día acerca de la importancia de nuestras palabras, de lo bien o mal que podemos
usarlas. Recordemos las enseñanzas de Santiago: “Las palabras que decimos
con nuestra lengua son como fuego. Nuestra lengua tiene mucho poder para hacer
el mal”
Bien lo dice las sagradas
escrituras en Santiago
3:6
“…Y la lengua es un fuego, un
mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo
el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el
infierno…”
Que Dios bendiga su
vida y prospere cada día sobre la tierra
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